… de adagio, lento, muy lento…
Aquellos encuentros rápidos al cruzarse en la escalera de su casa. Unas pocas palabras de conversación sobre el tiempo y poco más.
Hasta aquel día en que él le dijo que era músico. Que la música siempre había sido su pasión.
Mirando sus ojos y viendo el movimientos de sus manos, ella adivinó que todos los momentos de aquel hombre estaban teñidos de melodía.
Comprendió entonces, aquella mirada dulce y suave, agradable (piacevole) con un toque apasionado (passionato).
Intuyó que su vida estaba marcada por un tempo que no era el suyo y por eso transcurría con variaciones (variazioni) mientras su espíritu se escondía disfrazado de sordina (sordine).
Supo qué le llevaba a oír ese tono a través de las ventanas y por qué empezaba con un pianissimo para terminar en un crescendo nervioso.
Desde el dolor (duolo) a la alegría, desde la risa al llanto, desde el entusiasmo (slancio) a la serenidad y desde la profundidad a la ligereza (scherzo) todo se plasmaba en una partitura a la que él llamaba vida. Y el papel se iba llenando de allegros, arpegios, cadenzas, fortissimos…
Pero hoy, la melodía ha cesado. La partitura no ha podido concluirse y la música se tiñe con tonos de tristeza.
Ya no verá su sonrisa dulce y suave, ni tampoco oirá a través de la ventana como él escribe a golpes de melodía la historia de su vida.
Ella tiene la mirada empañada por las lágrimas… no le conocía demasiado… pero sí a su música…